Futuro. Una palabra tras la que se descubren tantos significados como personas en este momento pisan el mundo. Cada una de ellas, con un destino y unos planes diferentes. Lo nombramos tanto en nuestro día a día, que de alguna manera, acaba formando parte de nuestro presente. Vivir sin instrucciones puede ser una eficaz filosofía o un caos, personalmente, en muchos momentos lo hubiera dado todo por conseguir un manual.
Dijo un filósofo, que cada momento del presente contiene todos los vividos en el pasado, y con su permiso me permito añadir, que cada momento presente determinará de manera incondicional todos los que nos atrevamos a vivir en el futuro. Incierto, cambiante, desconocido y muchas veces soñado, así el futuro del que improviso unas líneas. Hay quienes tienen milimétricamente planteado cada paso que se disponen a dar, incluso aunque falten años, otros sin embargo prefieren dejarse llevar.
Creo que nunca sabremos que hubiera sido más correcto, pero en cierto modo, no le debemos otorgar la transcendencia con la que a veces lo intentamos describir, ya que aunque bien cierto es que las decisiones del pasado repercutirán irreversiblemente en el futuro, de momento la ciencia y sus descubrimientos no nos permiten retroceder.
Con estas palabras he querido empezar unas líneas de autor desconocido que no anónimo, pues todos tenemos una identidad, más o menos conocida sí, pero repleta de virtudes que el mundo ansia por descubrir y que erróneamente nos empeñamos en esconder, ¿Porqué? Somos demasiados como para reflexionar las circunstancias de cada uno pero sí podemos animar a todos y cada uno a ser valientes, a no esconderse, a mostrar lo mejor de nosotros mismos, a querer mejorar, a fomentar una competitividad sana donde cada sujeto se rodee de las mejores palabras, donde cada uno de lo mejor de sí e intente mejorar el mundo. No hace falta irse allí donde las paupérrimas circunstancias de pobreza y necesidad nos conmueven y avergüenzan, y con esto por supuesto que no desanimo a nadie a hacerlo porque es necesario, pero mis palabras van enfocadas a la cotidianeidad del momento, a nuestra vida habitual, porque los pequeños gestos pueden tener grandes respuestas, y muy beneficiosas.

La humildad debe ser enseñada tanto en los hogares como en las aulas, mas ser humilde no está reñido con aspirar alto, sencillamente porque quien no coloca su objetivo allá donde quiere no llega, y quien no traza su camino desde el principio se acabará perdiendo. La relación entre docente y discente debe y tiene que transcender el dictado de conocimientos teóricos y el examen de una memorización que a veces no cala. Dicha relación debe despertar las inquietudes de todos aquellos que se sientan en los pupitres, cuyos conocimientos deben ser aplicados al día a día.
La educación, el gran debate de nuestra sociedad por ser determinante en nuestro futuro personal y en el del colectivo. ¿Cómo enfocarla? En España, los ciudadanos gozamos de unas garantías democráticas que deben ser disfrutadas por todos y de las que todos debemos ser conscientes de las responsabilidades que implican.
La educación como derecho es uno de los más elementales y fundamentales y por eso es el asunto del que nos debemos preocupar pero sobretodo ocupar. Dijo Unamuno que en las aulas no debe hablar de partidos pero sí de política, y así se debe enfocar la educación sobre todo para quienes se decantan por el estudio de las ciencias sociales. Dijo alguien a quien yo admiro que no hay que ser religioso para ser espiritual y que no hay que creer en Dios para ser buena persona, y yo desde mi condición de creyente subrayo sus palabras. En la educación que nos garantiza un Estado cuya constitución describe como laico, la confesionalidad de los alumnos debe ser respetada, y alimentada desde un punto de vista objetivo e imparcial que nos ayude a contemplar todas las posibilidades y a decantarnos por la que más nos identifique, claro que no podemos mantenernos indiferentes a las circunstancias histórico-culturales que, con la religión entendida como elemento social imprescindible, han ilustrado nuestra trayectoria histórica.
Soy partidario de premiar el esfuerzo, pero también de incentivarlo. Creo que recompensar a quien se lo merece es el mayor incentivo. La igualdad de oportunidades debe ser condición imprescindible en una sociedad democrática, pero habiendo partido desde la misma línea no podemos compensar de igual manera a quien con esfuerzo “y jadeando” ha conseguido llegar a la meta que a quienes acuciados por la pereza y la comodidad han decidido quedarse en el camino, o acaso, ¿podemos ignorar la trayectoria académica y el esfuerzo de cada estudiante y premiar a todos con la misma nota? Para mí la respuesta es no.
La educación, como base primigenia de nuestras ideas y nuestras ambiciones, y en consecuencia como elemento totalmente influyente en las decisiones que dibujarán la ruta de nuestro futuro, debe actualizarse porque educar no se entiende si no se entiende el contexto donde se educa. La ciencia y la tecnología plantean un futuro distinto y cambiante, sin distancias; pero no es conveniente olvidar que junto a todas las novedades tecnológicas hay que dotar a la educación de una sensibilidad humana, ética y también artística de la que en ocasiones nos desocupamos.

La competitividad y la lucha por un futuro mejor deben ser estructuradas basándose en el diálogo, en la tolerancia, en la conciliación de diferencias pero también en la admiración por la capacidad de liderazgo, la crítica constructiva, la concepción global del mundo y en las relaciones internacionales siendo instrumento imprescindible para ellas la desenvoltura en distintos idiomas.
Aconsejar y ser aconsejados por los que gozan de una dilatada experiencia es algo que todos deberíamos hacer. Nunca debemos defender que lo malo conocido es mejor que lo bueno por conocer, de ser así, el progreso y la mejora de nuestra calidad de vida sería inexistente. Definitivamente, reto es un sinónimo de futuro y los jóvenes del siglo XXI deben afrontarlo con entereza y valentía en un mundo que cada vez tiene más causas, más hechos y más consecuencias.

Abraham Velarde González
Abraham